lunes, 16 de enero de 2012

Pinceladas Autobiográficas: SUP3IA por el mundo

Tengo un compañero de trabajo que es muy buena gente, pero al que envidio de una forma visceral y malsana. Se ha pegado unos viajes que ya los quisiera Willy Fog. Después de cada gran aventura me muestra con regocijo sus libros de fotos, los cuales yo miro ojiplático y envidioso, deseando, inexplicablemente, haber sido yo el que degustase esos gusanos, jugosos y gordos como el dedo pulgar de Bud Spencer, que algunos seres humanos consideran delicatessen... Pero en fin. Pienso que viajar es, probablemente, una de las experiencias que más enriquece al ser humano, y creo que si pudiera, pasaría gran parte de mi tiempo viajando y conociendo mundo y gente. Además, de ser posible, saldría de España frecuentemente. No es que rechace las bondades que ofrece nuestra patria, que son muchas y hermosas -y de las que desconozco la mayoría-. Pero desde que me bajé por primera vez de un avión en otro país, he sabido que la sensación -casi adictiva- de estar viendo mundo es completamente diferente cuando estás fuera.

Supongo que la cosa viene de lejos. Mis padres siempre han sido bastante viajeros -aunque principalmente de turismo nacional-. Hemos recorrido la península (por obligación y devoción) de este a oeste y de norte a sur, cuando la nota predominante eran carreteras nacionales y comarcales: modestamente buenas en el mejor de los casos, infernales en el peor. Viajábamos poniendo en riesgo nuestra vida, sin cinturones de seguridad, sin airbag, y con música cassettera de los 60 y los 70 (¡¡¡OH DIOS MÍO!!!). Mi hermano y yo, dormíamos tumbados en el asiento trasero, todo lo largos que éramos -que no era mucho-, de tal modo que cuando mi padre frenaba más de la cuenta, acabábamos encajados en el hueco entre los asientos delanteros y traseros, o sobre los bolsos y maletas que ocasionalmente ocupaban ese hueco. El primer coche que recuerdo (y quizás sea por la fotos) era un Seat 127. Luego vinieron un Renault 18 y un Renault 21, a los que, en un alarde de originalidad, llamábamos "León 1" y "León 2"..., no se muy bien por qué, ya que el león es más de Peugeot...

También viajamos en muchas ocasiones allende los mares, concretamente hasta Melilla -Sol de España en África-, en unos barcos a los que llamaban "canguros" porque solían ir con la panza llena de coches. Y mejor que fueran bien cargados, porque como la bodega fuera medio vacía aquellos cascarones cimbreaban hasta dar con tus hígados en la boca. Los meneos por las corrientes del estrecho eran legendarios y alguno de nosotros llegó a dar con sus huesos en el suelo al caer rodando de las literas en uno de esos zarandeos...

En cualquier caso, lo más extranjero que habíamos pisado era Elvas en Portugal (donde en otros tiempos íbamos a por toallas y sábanas) y el barrio chino en Melilla, que no era más que un suburbio sucio y lleno de tenduchas, donde comprar especias y té moruno a buen precio. Su mayor peculiaridad era que estaba justo al lado de la frontera con Marruecos, por lo que técnicamente no era otro país, aunque a los efectos prácticamente lo era (de hecho casi toda Melilla lo parece hoy día). Lo que todavía nadie me ha explicado es por que lo llamaban "barrio chino", cuando el chino más cercano debía estar en algún Todo a 100 de Málaga...

Los viajes de verdad para mí empezaron el año que Cris y yo nos casamos. Antes de aquello, los estudios y las apreturas económicas (y que éramos bastante pardillos) nos confinaros en esta santa tierra. Y no es que desde entonces hayamos viajado una barbaridad, pero sí lo suficiente como para querer un poco más.

El caso es que aquel año (2004) se abrió la veda. Primero -unos meses antes de la boda- estuvimos por Mallorca y Cataluña (casi el extranjero), y luego, ya casados, aterrizamos en Egipto... Aquella semana fue impresionante, pero como no podía ser de otro modo, estuvo salpicada de anécdotas. La más destacada fue, probablemente, el día que pensamos que un taxista salafista nos había secuestrado. No hablaba nada de español, inglés o francés y nos tuvo tres horas dando vueltas por El Cairo, más perdido que Tarzán en una boutique de Ágata Ruiz de la Prada. Además de no tener ni puñetera idea de cómo llegar al hotel, era miope como un topo, y aun así nos estuvo paseando, por el caótico centro de la capital cairota, sin gafas, de noche y sin luces ¡Con dos cojones!

Nuestro segundo gran viaje fue poco más de un año después. En enero de 2006 nos dio un pronto y nos fuimos unos días a Londres. Este viaje nos aportó nuevas experiencias -casi todas buenas-, ya que lo organizamos por nuestra cuenta (A Egipto fuimos con todo bien mascadito por la agencia de viajes). Además, nos fuimos con mis padres -su primer viaje al extranjero de verdad- lo que le añadió cierto interés morboso por ver que tal se valía mi padre con su inglés de Escuela Oficial de Idiomas. Las primeras horas en Londres, sin embargo, fueron bastante ingratas. Llegamos allí ya anochecido (¡a las cinco de la tarde!). Caía una fina y molesta llovizna y nos encontramos en una parada de bus, frente a la estación Victoria, mirando con cara de panolis los horarios, líneas y trayectos, sin saber muy bien qué demonios estábamos buscando, pues la calle del hotel no aparecía por ninguna parte. Mirábamos nuestro mapa, luego el croquis de los autobuses, luego el mapa otra vez... Y nada. Todavía sin los redaños suficientes para intentar comunicarnos con los lugareños, nos limitamos a dar vueltas erráticas por las que parecían calles aledañas al hotel, esperando encontrarlo, hasta que un buen rato después se obró el milagro. A partir de ahí las cosas mejoraron sustancialmente.

En octubre de 2007 estuvimos en Roma. Otro gran viaje que grabó imborrables imágenes en nuestra retina y alguna que otra batallita. Estábamos en un hotel a un pequeño paseo de la estación de Termini, donde convergen metros, trenes y todas las líneas de autobús. Movernos en bus se nos antojó tremendamente fácil, así que hicimos buen uso del transporte público. Pero el exceso de confianza a veces te juega malas pasadas, así que un día acabamos sentados en un autobús, los dos solos, de noche y a tomar por culo de todas partes, en una parada del extrarradio de la ciudad, esperando durante casi una hora el cambio de turno de los conductores...

El 2008 fue un buen año. En junio estuvimos en Dublín. Por desgracia a nivel de anécdotas fueron dos semanas bastante decepcionantes. Simplemente todo fue perfecto. Fuimos a hacer un curso de inglés y un poco de turismo y volvimos enamorados de la ciudad, de los paisajes y de la gente (estuvimos planteándonos bastante en serio irnos a vivir allí una temporada, pero luego llegó el rescate de la UE y las perspectivas ya no eran tan buenas...). Quizás, por mencionar algo, destacaría el desmedido apego que tenía nuestro anfitrión por el curry picante. Un par de semanas más y la úlcera gástrica habría sido un hecho.

Más tarde, en agosto, fuimos con unos amigos a Lisboa. Cris estaba ya embarazada, así que algunos se las prometieron muy felices pensando que sería un viaje tranquilo y relajado, porque ella no debía hacer sobreesfuerzos. Luego resultó que fue la premamá la que marcó un ritmo un poquito más frenético, acuciada por esa ansia de ver cosas que nos invade cuando viajamos...

Y así hemos llegado hasta nuestros días, días en los que, después de nacer Olga, hemos perdido un poco el compás (cuando empezábamos a coger carrerilla). Hemos viajado bastante por España, sí, pero un hotel familiar en Torremolinos no es la idea que yo tengo de ver mundo. Sin embargo, ya este año hemos hecho un primer ensayo exitoso con nuestro viaje a Aveiro y Oporto, así que la cosa mejorará a buen seguro (siempre y cuando políticos, sistemas financieros y sus santísimas madres nos lo permitan...). Si es que ya lo decían los entrañables payasos, Gaby, Fofo y Miliki: "El viajar es un placer, que nos suele suceder. En el auto de papá, nos iremos a pasear..." (y no sigo que me animo...)

2 comentarios:

  1. Yo para éste año me pido hacer al menos tantos viajes como el pasado y a poder ser con tanta o la misma gente.

    Un fin de semana largo en Portugal, en primavera, que nos hizo un tiempo estupendo y nos sirvió de relajante mental. Un viaje de 9 días a Noruega (10 personas!) que resultó genial y 5 días en Frankfurt visitando a la familia en compañía de nuestra recién estrenada sobrina, por dios que guapa está, sin desmerecer a mi otra sobrina pero es que la novedad...

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  2. ¡Leches! Has viajado tú en 2011 casi lo mismo que yo desde el 2004... En fin, ya sabes como lamenté no apuntarme al de Noruega. A ver si este año podemos hacer algún plan juntos, más allá de las piscinas naturales de La Vera. Mira, llevamos hablando de lo del crucero varios años, y ahora seguro que están bien baratos...

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